Con el verano a la vuelta de la esquina, y con la escalada de consumo que se prevé tras la relajación de las medidas de contención de la pandemia, el usuario medio volverá al consumo presencial que se retrajo en el último año. Y con esta vuelta al consumo presencial volverá la duda sobre qué método de pago es adecuado en cada momento.
Pagar en metálico o pagar a crédito es una de las decisiones, es cierto que hay más, pero probablemente esta duda sea la más universal teniendo cuenta que aún el porcentaje de personas que utilizan medios de pago digitales es relativamente bajo respecto a la población.
Pagar en metálico
Pagar en metálico es la opción primaria por defecto. Dependiendo de los países y culturas sigue siendo el modelo de pago más abundante, y no pensemos que esto tiene que ver con el estatus económico o nivel social, países como Alemania se encuentran a la cabeza del pago en cash comparativamente.
El pago en metálico o la gestión del metálico es muy adecuada en aquellos momentos en los que trabajamos para salir de nuestras deudas, se trata de un monto finito que debemos administrar de manera equilibrada, la idea se basa en que el metálico, gracias a su presencia física, es más difícil de gastar alocadamente, no es lo mismo el gasto invisible achacado una tarjeta que ver como tu cartera merma
En general el metálico puede ser muy adecuado para los pagos en pequeñas tiendas, los pequeños pagos, el pago de servicios, y, un poco más aún, ya que por ejemplo podemos asumir el pago de los repostajes, compras en grandes superficies, et…
En general siempre es recomendable el metálico cuando se quiere huir de los costos de comisiones de las tarjetas, pero también, cuando se quiere ejercer un mejor control sobre el gasto propio, amén de otras cuestiones como el circulante en la pequeña economía doméstica o local.
Pagar a crédito
El pago a crédito es una cuestión seria. Si analizamos los niveles de sobreendeudamiento de las familias españolas en los años de crisis vamos a descubrir que una buena parte de este problema arranca por las tarjetas de crédito.
La explicación es simple, en los años de bonanza económica utilizamos estos productos como fuente de financiación constante, esto significa que nos acostumbramos a vivir a crédito con los enormes gastos que esto supone ya que, se trata de un producto para uso excepcional en lo que a financiación se refiere, y desde luego no como fuente de recursos constante.
Hoy en día, cuando vamos superando esta tendencia al mal uso de las tarjetas de crédito ya comprendemos que se trata de un producto que nos va a permitir asumir el seguimiento constante de nuestros gastos, que nos va a permitir en determinados pagos obtener descuentos y bonificaciones, que lleva asociado consigo un buen número de ventajas que pueden empezar por seguros, y que, puede servirnos por ejemplo en las grandes compras que deseamos financiar de manera aplazada, en los gastos de viaje, en los pagos que deseamos aplazar sin recargo, o en gastos imprevistos que no deseamos asumir de golpe y si aplazar…
El gran riesgo de las tarjetas de crédito obviamente es la posibilidad de endeudamiento. Su uso para obtención de dinero en metálico es un potenciador del endeudamiento, su uso constante para todos los pagos es otro potenciador. Bien utilizada es una gran herramienta, mal utilizada puede ser el peor de nuestros enemigos para las finanzas personales.