Durante meses parecía que la inflación no tenía freno, pero los últimos datos empiezan a dibujar un escenario distinto. El IPC interanual en España se ha moderado hasta el 3 % en septiembre, sumando así cuatro meses consecutivos de descenso. No es una caída espectacular, pero sí una señal clara de que la presión sobre los precios comienza a aflojar. Y eso, en un país donde el coste de la vida ha sido la principal preocupación de millones de familias, es una noticia relevante.
El dato confirma que los precios siguen creciendo, pero más despacio. Y cuando el ritmo se frena, la economía respira. La inflación subyacente, la que excluye energía y alimentos frescos, se mantiene en el 2,4 %, una cifra estable que da cierta confianza. No estamos todavía en los niveles que desearía el Banco Central Europeo, pero sí más cerca de ese objetivo del 2 %.
Qué está pasando con los precios
Si miramos dentro del dato, se ve una mezcla de factores. Por un lado, los precios de la energía se han moderado respecto a los picos del año pasado, ayudando a contener el índice general. También la cesta de la compra ha dejado de subir con la intensidad de hace un año, aunque sigue siendo el gasto que más notan los hogares.
Por otro lado, hay partidas que no ceden tan fácilmente. Los servicios, especialmente los relacionados con el turismo, la restauración o los seguros, mantienen subidas persistentes. Esto explica por qué la inflación subyacente se resiste a bajar más.
Los economistas coinciden en que buena parte de la mejora del IPC viene del llamado “efecto base”. Es decir, comparamos los precios actuales con los del año pasado, cuando estaban en máximos. Por eso, aunque los precios no bajen mucho ahora, el índice interanual parece más contenido. Pero hay que tenerlo claro: una menor inflación no significa que los precios vuelvan atrás, sino que suben menos deprisa.
Qué podemos esperar en los próximos meses
Aquí llega la parte interesante. La mayoría de los analistas cree que la tendencia bajista podría mantenerse en lo que queda de año, impulsada por la estabilidad energética y un consumo algo más débil. Si no hay sobresaltos, el IPC podría cerrar 2025 cerca del 2,6 % de media, una cifra razonable después de dos años muy complicados.
Eso sí, nadie se atreve a hablar todavía del “fin de la inflación”. Los precios de los alimentos siguen siendo altos, y cualquier repunte del petróleo o tensión geopolítica podría alterar el panorama en semanas. También influye el ritmo de crecimiento de los salarios, que aunque no es excesivo, añade cierta presión.
Para las familias, esta ligera tregua puede sentirse en algunos gastos básicos. La luz y el gas han bajado un poco, y las rebajas en combustibles han ayudado a contener los desplazamientos. Sin embargo, los alquileres, los seguros y los servicios de restauración siguen subiendo más que la media, lo que mantiene la sensación de que todo continúa caro.
En cuanto a la política monetaria, el BCE observa de cerca esta evolución. Si la inflación se mantiene estable por debajo del 3 %, no se esperan nuevas subidas de tipos y podríamos ver una etapa de cierta calma en el mercado financiero. Eso aliviaría a quienes tienen hipotecas variables y permitiría algo más de movimiento en el consumo y la inversión.
Parece que el ciclo de precios desbocados se ha frenado. No hay que esperar milagros, pero sí una normalización gradual. El reto ahora será mantener el equilibrio: evitar que la inflación vuelva a repuntar, sin frenar demasiado la actividad económica.
La sensación general es que, tras una larga tormenta, el horizonte empieza a despejarse. Falta por ver si esta calma se consolida o si solo es una pausa antes de un nuevo repunte, pero al menos, por primera vez en mucho tiempo, el bolsillo respira un poco mejor.
