Ves titulares diciendo que el IPC baja y que la inflación se “modera”. Y en términos generales, es verdad: el ritmo al que suben los precios se ha frenado. El problema es otro, y aquí es donde está el truco que te fastidia el presupuesto: que la inflación baje no significa que los precios bajen.
Porque una cosa es el dato medio, y otra muy distinta es tu realidad cuando haces la compra. Tú no compras “la media”. Tú compras leche, café, fruta, carne, huevos, detergente… y ahí es donde notas que el alivio no llega, o llega tarde, o llega a medias.
Y te diría más: aunque el IPC se relaje, hay productos que, por cómo funcionan, no suelen bajar con la misma alegría con la que suben. Suben rápido, bajan lento. Eso pasa en el súper y pasa en la vida.
La inflación baja, pero tu ticket sigue pesando
El IPC es un promedio enorme. Mezcla energía, transporte, ocio, ropa, restaurantes, vivienda… y también alimentos. Si una parte grande del índice baja o sube menos, el número final queda más bonito. Por ejemplo, cuando la electricidad afloja o cuando los carburantes dejan de apretar, el dato general puede mejorar bastante.
Pero tú, al final, no pagas con un Excel. Pagas con euros. Y en tu día a día suele pesar más lo básico, lo repetitivo, lo que compras cada semana. Por eso la sensación de “no me cuadra” es tan común.
Además, hay un detalle que casi nadie te explica bien: inflación más baja no es lo mismo que precios más bajos. Si el IPC pasa del 4% al 3%, los precios siguen subiendo, solo que suben un poco menos rápido. El precio ya subido se queda ahí. Y eso es lo que hace que mucha gente diga: “vale, baja la inflación, pero yo sigo pagando más”.
Y luego está la parte psicológica, que no es ninguna tontería. Si lo que más compras sube, tú sientes que todo sube. Aunque otras cosas bajen, si no las compras o las compras poco, te da igual. Es normal.
Productos que siguen subiendo y por qué cuesta que aflojen
En el lineal hay categorías que siguen presionando. No hace falta que te lo cuenten con gráficos, lo ves con tus ojos. Productos como huevos, algunas carnes, el café, ciertos lácteos, y en general, muchas cosas que dependen de costes de producción y de cadenas de suministro sensibles.
¿Por qué pasa? Suelen juntarse varios motivos, y no es solo “porque sí”. Para empezar, los alimentos están muy expuestos a costes que no controlas como consumidor: piensos, energía, transporte, mano de obra, envases, agua, climatología. Si falla una parte, el precio se mueve. Y cuando se mueve, normalmente es hacia arriba.
Luego está el tema de la oferta. Si hay menos producción por un motivo sanitario o climático, el producto se encarece. Y aunque se normalice después, la bajada no siempre es inmediata, porque los costes previos ya se han comido márgenes y porque el mercado se acostumbra a un precio más alto. Suena feo, pero pasa.
También influye algo muy terrenal: la compra se ha vuelto más “pequeña” pero más cara. Mucha gente ajusta cantidades, cambia marcas, y aun así acaba pagando más porque lo esencial no se negocia. Tú puedes recortar caprichos, pero no puedes dejar de comer.
Así que, si estás esperando que el IPC baje y automáticamente el súper se vuelva barato, te lo digo claro: no funciona así. Lo que sí puedes hacer es entender el momento y anticiparte un poco. Comparar más, ser flexible con marcas y formatos, y sobre todo, tener claro que el dato del IPC es útil, pero no es tu ticket.
