Durante meses se ha repetido la idea de que los precios se están calmando. Que lo peor ya ha pasado. Pero basta con mirar con un poco más de atención los últimos datos para darse cuenta de que esa sensación es engañosa. En julio, el IPC general se situó en torno al 2,7 %, mientras que la inflación subyacente (esa que excluye energía y alimentos frescos) se mantuvo en el 2,3 %. Y lo más reciente no apunta precisamente a una mejora: en octubre, el índice general volvió a subir hasta el 3,1 %, lo que rompe con la idea de que el coste de la vida está bajo control.
Puede que los precios no suban tan rápido como hace un año, pero tampoco se están enfriando como deberían. Y eso es justo lo que preocupa.
Por qué la inflación subyacente es la que marca el rumbo
El dato de la inflación general es lo que ves en los titulares. Es el número que se comenta en las noticias. Pero el que realmente muestra hacia dónde va la economía es el de la inflación subyacente. Porque si los precios de los productos más estables siguen subiendo, significa que la presión ya está dentro del sistema.
Piensa en ello como en una fiebre. Puedes tomar un analgésico y hacer que la temperatura baje un poco, pero si la infección sigue ahí, la fiebre vuelve. Pues con los precios ocurre algo parecido. La bajada temporal de la energía o de algunos alimentos puede dar una sensación de alivio, pero si el resto de bienes y servicios siguen encareciéndose, el problema continúa.
Durante todo 2025, la inflación subyacente ha estado moviéndose entre el 2,2 % y el 2,4 %, sin conseguir bajar del todo. Es un nivel que puede parecer moderado, pero sigue por encima del objetivo de estabilidad que el Banco Central Europeo considera saludable. Y eso tiene consecuencias que van más allá de la estadística.
Los riesgos que se esconden tras la calma
El primero, y más evidente, es que los precios de los servicios, los que usamos a diario, siguen subiendo. Aunque la electricidad o los carburantes se abaraten, el restaurante, la peluquería o el seguro del coche no bajan. Ese tipo de costes son los que más afectan a tu bolsillo porque son difíciles de evitar.
Otro riesgo está en las expectativas. Si tanto las empresas como los consumidores asumen que los precios van a seguir subiendo, ajustan su comportamiento. Las empresas suben tarifas para cubrirse y los trabajadores piden aumentos de salario. Así se entra en una espiral en la que la inflación se alimenta a sí misma. Y salir de ahí cuesta.
También hay un efecto silencioso pero muy real: el poder adquisitivo. Si los precios suben más rápido que los salarios, el dinero llega a menos. Y aunque los datos no sean tan alarmantes como hace un año, eso no significa que los hogares respiren tranquilos. La sensación general es que todo sigue caro, y no es una impresión sin fundamento.
Por último, la subida reciente del IPC al 3,1 % muestra que cualquier movimiento en la energía o en el transporte puede desatar de nuevo las tensiones. Basta con un repunte del petróleo o un invierno más frío para que los precios vuelvan a acelerarse. Y si la inflación subyacente sigue anclada en torno al 2 %, el margen de reacción será pequeño.
Lo que puedes sacar en claro
La conclusión es sencilla: la inflación no ha desaparecido, solo se ha escondido un poco. El hecho de que la subyacente se mantenga estable demuestra que el problema de fondo persiste, aunque los datos mensuales parezcan más suaves.
Conviene no dejarse llevar por los titulares optimistas. A corto plazo, los precios podrían seguir dando bandazos, pero lo importante es cómo evoluciona el núcleo. Porque si ese dato no baja, todo lo demás es ruido.
Así que, más que confiar en que “ya bajarán”, lo sensato es prepararse. Revisa tus gastos, controla tus suscripciones y piensa en cómo proteger tus ahorros frente a un escenario donde los precios no caen, solo se estabilizan arriba. Los próximos meses dirán si el enfriamiento es real o solo un espejismo, pero por ahora, la economía española sigue caminando sobre un suelo que aún quema.
